La mala salud de la población mexicana es causada en gran medida por un puñado de empresas que solo velan por sus ganancias.
La información engañosa y las formulas de estas empresas incitan a las familias mexicanas a consumir sin control, las consecuencias: más de 60 millones de personas en México padecen alguna enfermedad o tipo de desnutrición causada precisamente por comer cotidianamente pseudo-alimentos, se consumen sin pensar, sin conocer su valor nutrimental, su proceso de elaboración o procedencia.
Cuando acudimos a una tienda o a un supermercado, nos encontramos con productos de apariencia apetitosa, inocua y saludable que nos provoca una impresión sensorial agradable y nos invita a comprarlos, aunque su valor nutricional sea bajo y sus impactos ambientales bastante graves.
Hoy en día, las sociedades están conformadas por una gran mayoría de personas inmersas en el trabajo interminable y mal remunerado, siempre con prisas, absorbidos por las pantallas, en un estado de estrés colectivo, sin tomar en cuenta lo vital que es una alimentación de calidad; a pesar de esto, existe un número creciente de personas que están atendiendo su nutrición, conscientes de que los alimentos de calidad favorecen su salud, a los ecosistemas y también a la economía regional.
Son contundentes los diversos estudios que relacionan las enfermedades no transmisibles y crónicas con los malos hábitos de alimentación; si a esto le sumamos que también aparecen cada vez más estudios ambientales que comprueban los impactos letales de los agroquímicos en ríos, mares, suelos, aire, la relación directa que tiene la ganadería intensiva y la agroindustria con la emergencia climática, la dimensión del problema se incrementa a proporciones alarmantes.
Ante este panorama, parece que contamos con tres caminos: el primero, dejar que las cosas sigan su rumbo y siendo indiferentes; el segundo, exigir como consumidores a los oligopolios de la alimentación (Femsa, Grupo Bimbo, Pepsico, Nestlé, Unilever, etc.) que no introduzcan en sus productos grasas trans, aditivos sintéticos, azucares añadidos, edulcorantes, transgénicos, aglutinantes, aromatizantes, etc. y que dejen de envenenar y destruir los ecosistemas; y la tercera, hacer un viraje en nuestro estilo de alimentación, consumiendo alimentos provenientes de la agricultura ecológica, producidos regionalmente, que sean de temporada, económicamente justos, que favorezcan la economía local y que regeneren la tierra, nutriéndonos adecuadamente y de manera sostenible. En MUSAA concluimos que la tercera opción es la adecuada.
No permitamos que nuestra salud dependa de un puñado de empresas que solo velan por sus ganancias, cada compra es un voto así como también es un acto político.
Las secuelas del modelo alimentario y agrícola predominante son alarmantes, tengamos una visión del porvenir, construyamos un modelo donde prevalezca una Alimentación del Bien Común.
Comer bien, estar bien, vernos bien por medio de una alimentación sustentable es sencillo y barato, en MUSAA recomendamos una alimentación basada en verduras, sobretodo de hojas verdes, leguminosas, granos, frutas, hongos, aceites no hidrogenados, fermentos (probióticos), reducir drásticamente el azúcar, evitar las harinas refinadas, los lácteos, si te gusta la carne, poco pescado, poca o nada de carne (reflexiona sobre le impactos negativos de la ganadería industrial) y suficiente movimiento físico cotidiano. Todo lo demás sobra y si viene empaquetado, enlatado, plastificado y de una fábrica, recházalos.
Nos interesan tus aportaciones al tema, abramos espacios de diálogo, escríbenos.
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